'Vomité mi alma en cada
verso que te dí' cantaba Robe. Nunca entendí esa frase, nunca hasta
el día que decidiste marchar. Entonces solo me quedaban lágrimas y
presión. La presión en mi cabeza, las colillas del cenicero y este
vacío que no permitía respirar.
Y pasaban las horas, los
días, y el hambre no volvía a mí, ni el sueño, ni siquiera podía
pensar con claridad, solo notaba el cansancio y su peso, pero mis
ojos no conseguían cerrarse más de dos minutos. Cogí el ordenador,
y con lágrimas en los ojos empecé a escribir, al fin y al cabo
'tenía alma de poeta', de poeta viejo, cansado, harto de la vida,
con la voz y el corazón rasgados.
Y sólo paseaba, o
deambulaba más bien, por las calles. El frío me rozaba las mejillas
y al menos así volvía a sentir algo que no era dolor. Llegaba a
casa y a la única luz tenue de la pantalla del ordenador las letras
me hacían el amor. Pero era un amor sordo y frío como el hielo,
pero excitante y adictivo. Y así el montón de cenizas aumentaba y
con ello mis ojeras.
Pasaban los días y no
llegaba aquél en que supuestamente, aparecerías por la puerta,
feliz como solias con un libro en la mano y una sonrisa en la boca.
Tus ojos brillando de felicidad y mis lágrimas transformadas tras
mucho tiempo en algo emotivo a la vez de bonito y no triste y oscuro
como en realidad ocurria. Y temblaba, y miraba una y otra vez la
puerta, y la desesperación mientras tanto se reía en mi cara.
La nostalgia se acurrucaba
cada noche a mi lado, y su gélido abrazo me congelaba los huesos, ni
siquiera el calor de las lágrimas podía con ella. Y lloraba a moco
tendido, y ella me arropaba.
El ordenador seguía ahí,
tú no llamabas, yo moría. Te echaba de menos, y no había huevos
para tratar de negarlo. Y ni un mensaje, ni una palabra, sentía el
engaño acechando mi cabeza, y el tiempo que pasamos juntos volvía a
mi con él, y dolía, cómo dolían aquellas imágenes. Y es que me
decías te quiero, y yo te creía, y así pasó el tiempo, sin darnos
cuenta, y de una, desapareciste sin más. Ya no sé cuanto tiempo
había pasado por entonces, quizás días, o semanas, o incluso
meses, no sé, solo era un sinvivir. Qué iba a saber un muerto sobre
tiempo. Quizás me volví dependiente del calor que desprendías,
quizás me enamoré de cada uno de tus lunares, quizás.. quizás
solo era cuestión de días que la locura hiciera mella en mí. Te
buscaba por cada una de las calles de nuestra ciudad, paseaba por
ellas buscando recuerdos a tu lado, parecía un yonky con mono de,
bueno, de cualquier droga. Pero ese era el problema, tú no eras
cualquiera, eras la droga, y me empezaba a dar cuenta. No volvías, y
no lo aguantaba, no podía aceptar que simplemente te hubieses
marchado así, no podía, era superior a mis fuerzas. No podía creer
que la misma persona que me hizo amar un día la vida, al día
siguiente desapareciese sin dejar rastro. El único que dejó fueron
los recuerdos de mi exhausta mente y el olor impregnado en la
almohada. Cada noche me abracé a ella, como si no hubiera nada más,
esperando alguna especie de milagro; como si en su lugar algún día
estuvieras tú y no esta vieja almohada que a lo único que huele ya
es a fracaso y a alcohol.
Recuerdo que releia tus
mensajes, una, otra y otra vez, y me preguntaba qué hice mal. Cada
vez encontraba más fallos, tu recuerdo me poseia, no podía vivir
más así.
Pensé en cometer muchas
locuras, innumerables, pero no hice nada, porque recordaba una
promesa que te hice, una noche, en la cama, entre mimos y caricias,
me dijiste que no podrías soportarlo y yo te lo prometí.. Claro que
también me dijiste que esto no pasaría. Lo peor de cuando una
relación así acaba es el qué hacer, las dudas de como retomar tu
vida, qué hacer con los sueños que un día tejisteis en futuro. Qué
hacer si tú no regresabas.