Cuando el graznido del cuervo resonó
en la sala, abrí los ojos de nuevo y parpadee fuertemente, varias
veces, deseando que todo hubiera sido una pesadilla pero, no, ahí
estaba la raíz de mi pesadilla, tirado en el suelo, inerte, pálido;
hasta el charco de sangre seguía en su sitio, toda alrededor de su
cabeza proveniente del agujero de bala en la sien.
La pistola en su mano, todavía
desprendía un leve olor a pólvora, La sangre, caliente aún
recorría lenta y sigilosamente el suelo.
Los lisos y dorados cabellos, antes con
tanta vitalidad se encontraban teñidos ahora de un color rojizo.
Cogí su mano y, al sentir el frío tacto de su piel, las lágrimas,
pesadas como nunca, resbalaron por mis infantiles mejillas hasta
ella; de una caigo en la presencia de mi madre a las espaldas.
Sus brazos sobrecogedores, y escuálidos
me sorprenden con un frío abrazo, su tierno rostro en este instante
refleja la seriedad de la situación, además, el maquillaje mal
extendido por toda la cara delata que anteriormente estuvo
sollozando, pero intenta ocultarlo.
En estos momentos su rostro debe
permanecer impasible, sin dejar pasar atisbo de sentimiento alguno.
Ha de ser fuerte, y esta vez por las dos.
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