martes, 2 de junio de 2015

'Al final te lo montaste de cine.. pero duele igual'.

'Vomité mi alma en cada verso que te dí' cantaba Robe. Nunca entendí esa frase, nunca hasta el día que decidiste marchar. Entonces solo me quedaban lágrimas y presión. La presión en mi cabeza, las colillas del cenicero y este vacío que no permitía respirar.
Y pasaban las horas, los días, y el hambre no volvía a mí, ni el sueño, ni siquiera podía pensar con claridad, solo notaba el cansancio y su peso, pero mis ojos no conseguían cerrarse más de dos minutos. Cogí el ordenador, y con lágrimas en los ojos empecé a escribir, al fin y al cabo 'tenía alma de poeta', de poeta viejo, cansado, harto de la vida, con la voz y el corazón rasgados.
Y sólo paseaba, o deambulaba más bien, por las calles. El frío me rozaba las mejillas y al menos así volvía a sentir algo que no era dolor. Llegaba a casa y a la única luz tenue de la pantalla del ordenador las letras me hacían el amor. Pero era un amor sordo y frío como el hielo, pero excitante y adictivo. Y así el montón de cenizas aumentaba y con ello mis ojeras.
Pasaban los días y no llegaba aquél en que supuestamente, aparecerías por la puerta, feliz como solias con un libro en la mano y una sonrisa en la boca. Tus ojos brillando de felicidad y mis lágrimas transformadas tras mucho tiempo en algo emotivo a la vez de bonito y no triste y oscuro como en realidad ocurria. Y temblaba, y miraba una y otra vez la puerta, y la desesperación mientras tanto se reía en mi cara.
La nostalgia se acurrucaba cada noche a mi lado, y su gélido abrazo me congelaba los huesos, ni siquiera el calor de las lágrimas podía con ella. Y lloraba a moco tendido, y ella me arropaba.
El ordenador seguía ahí, tú no llamabas, yo moría. Te echaba de menos, y no había huevos para tratar de negarlo. Y ni un mensaje, ni una palabra, sentía el engaño acechando mi cabeza, y el tiempo que pasamos juntos volvía a mi con él, y dolía, cómo dolían aquellas imágenes. Y es que me decías te quiero, y yo te creía, y así pasó el tiempo, sin darnos cuenta, y de una, desapareciste sin más. Ya no sé cuanto tiempo había pasado por entonces, quizás días, o semanas, o incluso meses, no sé, solo era un sinvivir. Qué iba a saber un muerto sobre tiempo. Quizás me volví dependiente del calor que desprendías, quizás me enamoré de cada uno de tus lunares, quizás.. quizás solo era cuestión de días que la locura hiciera mella en mí. Te buscaba por cada una de las calles de nuestra ciudad, paseaba por ellas buscando recuerdos a tu lado, parecía un yonky con mono de, bueno, de cualquier droga. Pero ese era el problema, tú no eras cualquiera, eras la droga, y me empezaba a dar cuenta. No volvías, y no lo aguantaba, no podía aceptar que simplemente te hubieses marchado así, no podía, era superior a mis fuerzas. No podía creer que la misma persona que me hizo amar un día la vida, al día siguiente desapareciese sin dejar rastro. El único que dejó fueron los recuerdos de mi exhausta mente y el olor impregnado en la almohada. Cada noche me abracé a ella, como si no hubiera nada más, esperando alguna especie de milagro; como si en su lugar algún día estuvieras tú y no esta vieja almohada que a lo único que huele ya es a fracaso y a alcohol.
Recuerdo que releia tus mensajes, una, otra y otra vez, y me preguntaba qué hice mal. Cada vez encontraba más fallos, tu recuerdo me poseia, no podía vivir más así.

Pensé en cometer muchas locuras, innumerables, pero no hice nada, porque recordaba una promesa que te hice, una noche, en la cama, entre mimos y caricias, me dijiste que no podrías soportarlo y yo te lo prometí.. Claro que también me dijiste que esto no pasaría. Lo peor de cuando una relación así acaba es el qué hacer, las dudas de como retomar tu vida, qué hacer con los sueños que un día tejisteis en futuro. Qué hacer si tú no regresabas.

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